martes, 13 de mayo de 2014

HISTORIA DE UNA NIÑA. CAPITULO ll TOTAL

CAPITULO II


VILLA MAMEN

    De repente sucedió una revolución en mi vida. Un traslado. Nos fuimos a vivir a otra casa.
Me gustó también, porque tenía unos cuadros en la entrada con muchos pajaritos y el jardín seguía siendo muy grande. Nunca volví a ver a Niki. Con los cambios me olvidé.
En aquella nueva casa apareció doña Mamen con sus collares y sus pulseras, también su marido: D. Daniel. ¡Me daba un miedo aquél hombre! Hablaba fuerte y sin apenas palabras. Me miraba con sus gafas de aumento y  con un vozarrón, decía: ¿Dónde está el otro individuo? refiriéndose a Andresito. El niño se escondía donde podía y no quería salir.A mi madre le llamaba.¡"Apagadora"!¿Cómo te va? Le llamaba así y no sabía porqué,pensaba que sería  porque apagaba y encendía la luz frecuentemente.
    Un día trajeron una niña, ¡vaya! pensé ¡si es de mi edad! Era su hija Mari Eli. Me cogió de la mano y me llevo por todos los sitios sin parar de hablar y de enseñarme cosas. La escuchaba con la boca abierta. Venía a casa a veces desde la capital en un coche negro. Nos hacían fotos; nos daba mucha vergüenza porque no, pero había que estar quietos esperando que nos enchufaran con un aparato, no queríamos perder tiempo de juegos. Poníamos cara  de mal humor y de no no aguantar el sol. Después a jugar. Íbamos a ver a las gallinas y a los pollitos nuevos. Subíamos al corral del cerdito, pero, olía tan mal que nos marchábamos enseguida. 
El lavadero era nuestro destino favorito. Estaba de color verde, daba un poco de miedo meter las manos, pero se podían echar hojas a navegar y ver los bichos que nadaban en él.
La vieja gata llena de quemaduras de la lumbre, salía corriendo a esconderse en cuanto nos veía. Nos subíamos a lo más alto de un montón de piedras y allí nos comíamos el pan con chocolate de la merienda.
Cuando se iban  nos daba pena, pero ya  estábamos agotados de correr y de jugar.
Cómo no había empezado a ir a la escuela, cuando volvía  Mari Eli, que ya había comenzado el colegio, me enseñaba las letras. 
Mi padre también luchaba porque aprendiera, me ponía palabras en un cuaderno que yo tenía que copiar y enseñar después, pero en mi afán por hacerlo lo mejor posible, trataba de apretar tanto para mover el lapicero, que rompía la hoja y me preocupaba por la regañina que me esperaba. Mi padre no comprendía cómo rompía la hoja y se enfadaba, decía que no quería aprender, la verdad es que me gustaba más mirar a las moscas de la ventana que hacer letras.

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