Vivía en una casa que me gustaba mucho. Tenía mucha luz y sus ventanas eran bajas para poder saltar a la calle. Delante de la casa, entre dos árboles había un columpio de cuerda. El jardín era enorme y había una huerta.
Acababa de nacer mi hermano Andresito. Había venido una señora a ayudar y algunas personas desconocidas más. Todos estaban contentos. Yo no tenía aún los tres años y todo me parecía asombroso..
Encontraba sitios muy divertidos, cómo el gallinero, al lado de la ventana y el columpio, donde mi padre me columpiaba empujando suave. Me hacía feliz ir a la huerta, porque al pasar entre las matas de judías, con sus cañas, me parecía estar en una especie de bosque sombreado y misterioso. Eran bastante más altas que yo y tenían varias filas para pasar y repasar. Jugaba al escondite con mi padre, me reía y me agazapaba entre los tomates.
Cuando mi hermano Andresito tenía un año se convirtió en mi compañero de juegos. Hasta entonces el niño sólo comía y dormía, pero a partir de que fue un poquito más grande ya podía jugar con él y entretenernos. Una tarde que mi madre se distrajo con las gallinas, alcancé un trapo con agua para lavarle la cara, y después de peinarle, alcancé unas tijeras y le corté el pelo. Parece que no quedó muy bien, porque mi madre entró asustada y después de quitarme las tijeras, se enfadó mucho por el desaguisado. Pero se alegró de que no pasara nada mas dañino. No era traviesa, pero alguna cosa inadecuada hacía de vez en cuando. Me gustaba esconderme detrás de la puerta o bajo la "camilla" y lo hacía cada vez que venía alguna persona que no conocía. Eran muy pocas las visitas que recibíamos. La casa estaba en las afueras y la familia de mi padre vivía lejos.
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