lunes, 12 de mayo de 2014

HISTORIA DE UNA NIÑA. CAPITULO l










HISTORIA DE UNA NIÑA


CAPITULO I

Vivía en una casa que me gustaba mucho; tenía mucha luz y  unas ventanas tan bajas, que se podía saltar por ellas al jardín fácilmente. Delante de la casa, entre dos árboles había un columpio de cuerda. El jardín era enorme con una huerta grande.
   Yo tenía tres años, Acababa de nacer allí mi hermano Andresito. Mi padre y mi madre estaban muy contentos, había venido alguna vecina a verles y cuidar de mi madre; las veía a través de una rendija que quedaba en la puerta; aún no me dejaban entrar, entonces mi madre me llamó para que conociera al recien nacido. Estaba tan  envuelto en brazos de mi madre, que apenas le vi la cara, pero noté que ella estaba muy cansada, de modo que me sacaron de la habitación enseguida y los días siguientes estuve con mi padre en la huerta y jugando  en el columpio.   
   No sabía que vivía en una casa de "guardeses" y que la casa grande que estaba en el centro del jardín, pertenecía a los dueños; unos ricos banqueros, con varios hijos; entre ellos una niña de mi edad: Niki. A mí me llamaban “Nana”, porque era pequeña, supongo, pero mi nombre era muy largo; me pusieron Priscila, cómo mi abuela. Mi madre se llamaba Lucía y mi padre: Gabriel.

    La casa tenía muchas diversiones para una niña: el gallinero, que estaba pegado a mi ventana, el columpio; y sobre todo, la huerta, a la  que padre me llevaba a menudo. Era grande, con diversas plantas.Me servía de lugar de juegos. Me gustaba meterme  entre las matas de judías, con sus altas cañas, y me parecía andar por una especie de bosque sombreado y misterioso. Eran bastante más altas que yo y tenían varias filas para pasar y repasar. Jugaba al escondite con mi padre. Me reía y agazapaba entre los tomates.
    Mi hermano fue creciendo, y era una fuente de juegos para mí.Cómo no andaba ni hablaba, me  parecía un muñeco. Me ponía a su alrededor y le contaba cosas, hacía que le daba de comer y algunas veces cometí alguna travesura. Una tarde que mi madre se distrajo con las gallinas, alcancé el costurero y las tijeras y le corté  mechones de su pelo. El estaba  quieto en su mantita, cuando mi madre entró asustada y después de quitarme las tijeras, se desesperó por el desaguisado, regañandome. Pero se alegró de que no pasara nada más dañino. No era traviesa, pero alguna cosa  inadecuada hacía de vez en cuando.
    Pronto se acabaron las visitas a la huerta. Mi padre se puso enfermo y no pudo trabajar más. Después se fue, y yo no sabía donde. Estábamos en la casa los tres, y ya no había alegría. 
    Mi abuela vino a acompañarnos desde muy lejos. Las escuché decir que mi padre estaba en un "hospital" y volvería cuando estuviese mejor. "¡Seguro que volverá pronto!", pensaba.
    La abuela me parecía muy viejecita. No podía hacer gran cosa con ella. No iba a la huerta ni se columpiaba. Vestía toda de oscuro, con falda grande y larga, Se cubría la cabeza con un pañuelo negro sobre su pelo canoso. Siempre tenía frío. Se ponía muy cerquita del fuego y atizaba la lumbre, mientras me contaba historias de su pueblo; de donde había venido en un tren muy destartalado y frío, viajando durante mucho, mucho tiempo. Me dijo que pasó miedo en la capital con tanta gente, tratando de no perder su cesto lleno de comida para  nosotros y para el viaje. Se perdió varias veces hasta que encontró el coche de "línea".Cuando subía hacia nuestro pueblo, frío y nevado, en la montaña, se preocupaba, pensando que de allí no podría volver a su casa.
    Cómo no pudo traerme nada que no fueran bollos y galletas, me cosió una muñeca, con trapos y botones. Me gustaba y jugaba con ella en el jardín, poniéndola con las piedras, las hojas, la tierra, y las hormigas,que iban y venían, pareciendo  personas en un pueblo imaginario. Siempre han sido mis amigas,  ya que fueron compañeras de juegos.
    A mi abuela no la gustaba aquel pueblo. La casa estaba lejos del centro, no conocía a nadie y no quería salir sola. Además sentía frío y pena por sus otros hijos. Acabó enfermando. Mi madre la llevó de vuelta a su casa y dejó a mi pequeño hermano a su cuidado. Así se podría ocupar mejor de la casa, de mi y de visitar el hospital.
    Mi padre por fin volvió, yo era muy pequeña y no entendía, pero oía a mi madre contarle a alguna visita:-“ha vuelto para acabar aquí”-, Yo pensaba- ¿Qué tendrá que acabar?  ¿Quizá la huerta?-
    Estaba muy contento de volver, pero tenía dificultad para moverse, entonces, se sentaba en una pequeña mesa, en su silla favorita y tomaba el sol, contándome cosas y viéndome jugar y columpiándome. Yo estaba contenta
Comenzamos a recibir visitas de cuando en cuando. Me sorprendía, no estaba acostumbrada. Un día vino Doña Mamen, una señora rubia, ligeramente gruesa, con varias pulseras y sortijas. Yo me escondía, pero me asomaba y veía que trataba a mi padre con ánimo y afecto. Tenían charlas. No no sabía que tiempo después esas charlas cambiarían bastante mi  vida.
     El verano era muy distinto y alegre. Venían muchas personas a la casa grande; señores y señoras altos y elegantes, criadas gorditas y varios niños.             Las niñas me fueron atrayendo hacía aquella casa. "Niki" y Elena,  me  buscaban y me enseñaban todo, después, jugábamos juntas. -¡Qué grande era! "¡Qué salón mas bonito!" pensaba. Había  en el una especie de sillón largo, y grande con "aholmaditas" de flores,allí se sentaban todos, a charlar y las niñas a jugar con muñecas con bonitos vestidos, y con tacitas de té pequeñitas, y platos. Olía a galletas dulces, que por la tarde  merendábamos con leche. Era bonito, pero lo que más me gustaba era jugar a escondernos en el jardín o correr por el pasillo central de la finca.
    Me enseñaron las cocinas,"¡Qué grandes! ¡Cuántas cacerolas!" "¡Ah!"  mi madre también estaba allí, me pareció raro, al principio, pero acabó estando allí casi siempre.
    Niki me maravillaba. Era muy rubia y alegre. Sus hermanos, eran antipáticos y mayores, aunque el chico  mayor de todos,  me asombraba. Tenía una bicicleta, grande, y siempre estaba corriendo con ella por el jardín. Yo no había visto algo semejante. Hacía maravillas con ella. La levantaba, la daba vueltas. Yo no podía parar de mirarle. Un día bajaba tan deprisa por el pasillo central, que no pudo parar y se estrelló con la puerta de entrada. El cristal se rompió y a él le llevaron al hospital, de donde volvió con muletas y vendas.Ya no se sacó nunca más la bicicleta. A mí comenzó a darme miedo. Después de todo, no era tan mágico el artilugio.
    Al final del verano, nos dejaron salir de la casa y jugar con los mayores. En frente de la puerta de entrada, había una fuente y un lavadero. Hacía nuestras delicias. Podíamos meter las manos, probar con los pies y algunos hasta se acercaban demasiado y caían dentro. -¡Buen remojón!  Después subiamos un terraplén al  que los chicos de la zona ya estaban acostumbrados y desde lo alto, se deslizaban, sentados sobre los pobres pantalones, que se rajaban y desgastaban por todos lados. Bajaban y subían repetidas veces. Yo miraba y me encantaba. -¡Cuanto lío! y ¡Cuanta actividad!- Algunos rodaban y se reían a carcajadas.Si se hacían heridas las  limpiaban con pañuelos que mojaban en la fuente. Parecía muy divertido, pero era un juego  para los mayores y me daba miedo. De todas maneras, Niki y yo intentamos arrastrarnos por el suelo y rodar como ellos,- ¡Qué risa!- Volvimos manchadas y llenas de tierra. Los hermanos no quisieron sacarnos más. Cuando los padres nos vieron se culpaban unos a otros.- ¿Quién ha dejado salir a las niñas? ¡Mirad cómo vienen! -Nos pareció la aventura más maravillosa de nuestra vida. Soñaba con volver al mismo sitio y poder jugar con los otros niños, pero nunca más nos dejaron.
    El verano pasó y los niños se fueron a la capital, comenzó el frío del otoño y ya no había con quien jugar. Mi padre trataba de esforzarse y entretenerme, pero no era lo mismo. Mi madre viajo a buscar a mi hermano, Era mucho tiempo y le echaba de menos. Volvieron del largo viaje. Andresito había cambiado. No le reconocía y él tampoco a mí. Estaba muy grande, pero no quería jugar conmigo, ni con nadie.
    Andresito se sentía triste. No reconocía su casa. Mi madre le daba galletas y golosinas, pero se las comía y se escondía. Tardó un tiempo en jugar conmigo. Pero fue muy agradable tener un amigo, aunque fuera tan pequeño.







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