HISTORIA DE UNA NIÑA
CAPITULO I
Vivía en una casa que me gustaba mucho; tenía mucha luz y unas ventanas tan bajas, que se podía saltar por ellas al jardín fácilmente. Delante de la
casa, entre dos árboles había un columpio de cuerda. El jardín era enorme con una huerta grande.
Yo tenía tres años, Acababa
de nacer allí mi hermano Andresito. Mi padre y mi madre estaban muy contentos, había venido alguna vecina a verles y cuidar de mi madre; las veía a través de una rendija que quedaba en la puerta; aún no me dejaban entrar, entonces mi madre me llamó para que conociera al recien nacido. Estaba tan envuelto en brazos de mi madre, que apenas le vi la cara, pero noté que ella estaba muy cansada, de modo que me sacaron de la habitación enseguida y los días siguientes estuve con mi padre en la huerta y jugando en el columpio.
No sabía que vivía en una casa de
"guardeses" y que la casa grande que estaba en el centro del jardín,
pertenecía a los dueños; unos ricos banqueros, con varios hijos; entre ellos una
niña de mi edad: Niki. A mí me llamaban “Nana”, porque era pequeña, supongo,
pero mi nombre era muy largo; me pusieron Priscila, cómo mi abuela. Mi madre se
llamaba Lucía y mi padre: Gabriel.
La casa tenía muchas diversiones para una niña: el gallinero, que estaba pegado a mi ventana, el columpio; y sobre todo, la huerta, a la que padre me llevaba a menudo. Era grande, con diversas plantas.Me servía de lugar de juegos. Me gustaba meterme entre las matas de judías, con sus altas cañas, y me parecía andar por una especie de bosque sombreado y misterioso. Eran bastante más altas que yo y tenían varias filas para pasar y repasar. Jugaba al escondite con mi padre. Me reía y agazapaba entre los tomates.
Mi hermano fue creciendo, y era una fuente de juegos
para mí.Cómo no andaba ni hablaba, me parecía un muñeco. Me ponía a su alrededor y le contaba cosas, hacía que le daba de comer y algunas veces cometí alguna travesura. Una tarde que mi madre se distrajo con las gallinas, alcancé el
costurero y las tijeras y le corté
mechones de su pelo. El estaba
quieto en su mantita, cuando mi madre entró asustada y
después de quitarme las tijeras, se desesperó por el desaguisado, regañandome. Pero se
alegró de que no pasara nada más dañino. No era traviesa, pero alguna cosa
inadecuada hacía de vez en cuando.
Pronto se acabaron las
visitas a la huerta. Mi padre se puso enfermo y no pudo trabajar más. Después
se fue, y yo no sabía donde. Estábamos en la casa los tres, y ya no había
alegría.
Mi abuela vino a acompañarnos desde muy lejos. Las escuché decir que mi
padre estaba en un "hospital" y volvería cuando estuviese mejor. "¡Seguro
que volverá pronto!", pensaba.
La abuela me parecía muy viejecita. No podía hacer
gran cosa con ella. No iba a la huerta ni se columpiaba. Vestía toda de oscuro,
con falda grande y larga, Se cubría la cabeza con un pañuelo negro sobre su
pelo canoso. Siempre tenía frío. Se ponía muy cerquita del fuego y atizaba la
lumbre, mientras me contaba historias de su pueblo; de donde había venido en un tren muy
destartalado y frío, viajando durante mucho, mucho tiempo. Me dijo que pasó miedo en
la capital con tanta gente, tratando de no perder su cesto lleno de comida para
nosotros y para el viaje. Se perdió varias veces hasta que encontró el
coche de "línea".Cuando
subía hacia nuestro pueblo, frío y nevado, en la montaña, se preocupaba, pensando
que de allí no podría volver a su casa.
Cómo no pudo traerme nada que no fueran bollos y
galletas, me cosió una muñeca, con trapos y botones. Me gustaba y jugaba con ella en el
jardín, poniéndola con las piedras, las hojas, la tierra, y las hormigas,que iban
y venían, pareciendo personas en un pueblo imaginario. Siempre
han sido mis amigas, ya que fueron compañeras de juegos.
A mi abuela no la gustaba aquel pueblo. La casa
estaba lejos del centro, no conocía a nadie y no quería salir sola. Además
sentía frío y pena por sus otros hijos. Acabó enfermando. Mi madre la llevó de
vuelta a su casa y dejó a mi pequeño hermano a su cuidado. Así se podría ocupar
mejor de la casa, de mi y de visitar el hospital.
Mi padre por fin volvió, yo era muy pequeña y no entendía,
pero oía a mi madre contarle a alguna visita:-“ha vuelto para acabar aquí”-, Yo pensaba- ¿Qué tendrá que acabar?
¿Quizá la huerta?-
Estaba muy contento de volver, pero tenía dificultad para moverse, entonces, se sentaba en una pequeña mesa, en su silla favorita y tomaba el sol, contándome cosas y viéndome jugar y columpiándome. Yo estaba contenta
Estaba muy contento de volver, pero tenía dificultad para moverse, entonces, se sentaba en una pequeña mesa, en su silla favorita y tomaba el sol, contándome cosas y viéndome jugar y columpiándome. Yo estaba contenta
Comenzamos a recibir visitas de cuando en cuando. Me sorprendía,
no estaba acostumbrada. Un día vino Doña Mamen, una señora rubia, ligeramente
gruesa, con varias pulseras y sortijas. Yo me escondía, pero me asomaba y veía
que trataba a mi padre con ánimo y afecto. Tenían charlas. No no sabía que tiempo después esas charlas cambiarían bastante mi vida.
El verano era
muy distinto y alegre. Venían muchas personas a la casa grande; señores y señoras altos y
elegantes, criadas gorditas y varios niños. Las niñas me fueron atrayendo hacía
aquella casa. "Niki" y Elena, me buscaban y me enseñaban todo, después, jugábamos juntas. -¡Qué
grande era! "¡Qué salón mas bonito!" pensaba. Había en el una especie de
sillón largo, y grande con "aholmaditas" de flores,allí se sentaban
todos, a charlar y las niñas a jugar con muñecas con bonitos vestidos, y con
tacitas de té pequeñitas, y platos. Olía a galletas dulces, que por la tarde merendábamos con leche. Era bonito, pero lo que más me gustaba era jugar a
escondernos en el jardín o correr por el pasillo central de la finca.
Me enseñaron las
cocinas,"¡Qué grandes! ¡Cuántas cacerolas!" "¡Ah!" mi madre también estaba allí, me pareció raro, al principio, pero acabó estando allí casi siempre.
Niki me maravillaba. Era
muy rubia y alegre. Sus hermanos, eran antipáticos y mayores, aunque el
chico mayor de todos, me asombraba. Tenía
una bicicleta, grande, y siempre estaba corriendo con ella por el jardín. Yo no
había visto algo semejante. Hacía maravillas con ella. La levantaba, la daba
vueltas. Yo no podía parar de mirarle. Un día bajaba tan deprisa por el pasillo
central, que no pudo parar y se estrelló con la puerta de entrada. El cristal
se rompió y a él le llevaron al hospital, de donde volvió con muletas y vendas.Ya no se sacó nunca más la bicicleta. A mí
comenzó a darme miedo. Después de todo, no era tan mágico el artilugio.
Al final del verano, nos dejaron salir de la casa y
jugar con los mayores. En frente de la puerta de entrada, había una fuente y un lavadero. Hacía nuestras
delicias. Podíamos meter las manos, probar con los pies y algunos hasta se
acercaban demasiado y caían dentro. -¡Buen remojón! Después subiamos un
terraplén al que los chicos de la zona ya estaban acostumbrados y desde
lo alto, se deslizaban, sentados sobre los pobres pantalones, que se
rajaban y desgastaban por todos lados. Bajaban y subían repetidas veces. Yo
miraba y me encantaba. -¡Cuanto lío! y ¡Cuanta actividad!- Algunos rodaban y se
reían a carcajadas.Si se hacían heridas las limpiaban con pañuelos que mojaban en
la fuente. Parecía muy divertido, pero era un juego para los mayores y me
daba miedo. De todas maneras, Niki y yo intentamos arrastrarnos por el suelo y
rodar como ellos,- ¡Qué risa!- Volvimos manchadas y llenas de tierra. Los hermanos
no quisieron sacarnos más. Cuando los padres nos vieron se culpaban unos a
otros.- ¿Quién ha dejado salir a las niñas? ¡Mirad cómo vienen! -Nos pareció la
aventura más maravillosa de nuestra vida. Soñaba con volver al mismo sitio y
poder jugar con los otros niños, pero nunca más nos dejaron.
El verano pasó y los niños se fueron a la capital,
comenzó el frío del otoño y ya no había con quien jugar. Mi padre trataba de
esforzarse y entretenerme, pero no era lo mismo. Mi madre viajo a buscar a mi
hermano, Era mucho tiempo y le echaba de menos. Volvieron del largo viaje.
Andresito había cambiado. No le reconocía y él tampoco a mí. Estaba muy grande,
pero no quería jugar conmigo, ni con nadie.
Andresito se sentía
triste. No reconocía su casa. Mi madre le daba galletas y golosinas, pero se
las comía y se escondía. Tardó un tiempo en jugar conmigo. Pero fue muy
agradable tener un amigo, aunque fuera tan pequeño.
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