lunes, 10 de agosto de 2015

ANÉCDOTAS DE UN HOTEL EN LA MONTAÑA.




Hay diferentes lugares para hacer vacaciones, pero el que yo elegí era de lo más relajado y perdido. También resultó un poco extraño.
Se trataba de un hotel de montaña. En el no había nada para hacer, sólo cotillear de los demás clientes,jugar a cartas, ir a misa y hacer caminatas por el bosque.
No había "Wifi" No podías conectar con Internet. Estaba alejado, solitario, pero no daba miedo. Veías la naturaleza por todos lados; las estrellas por la noche y durante todo el tiempo tuvimos una hermosa luna llena.

 Cuando no teníamos nada mejor que hacer, nos estudiábamos, unos a otros, como en viejas películas. 
Los clientes del hotel  nos parecían  la mar de originales. 

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Al lado de nuestra mesa, se sentaba una extraña mujer de mediana edad, una mujer solitaria en busca de salir de la gran ciudad y descansar, languidecía en la mesa y continuaba después sola en el salón  leyendo sus montones   de revistas del corazón. Cuando te cruzabas con ella,¡ zas!, te atrapaba en sus redes de conversación interminable, pidiendo compañía a gritos. Tenías que inventar algo para alejarte a realizar tus paseos.

También nos fijábamos en un señor algo mayor, que había sido general, y paseaba con su  exótico secretario balinés, todas las mañanas y tardes hasta los pinos cercanos, contando sus recuerdos de batallas y viajes a países lejanos.

El clásico alpinista retraído, con toda su  especial vestimenta, salia  por la  mañana y por la tarde hacía los lugares más difíciles de la montaña.Iba siempre solo, con los labios embadurnados de crema protectora blanca, parecía un aborigen de lejanas tierras.




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Había una mesa en la que se sentaba un hombre maduro, con varias elegantes mujeres algo ajadas ya por el tiempo, pero arregladas y enjoyadas.Salían a pasear con sus recuerdos de viajes lejanos, acercándose a la pequeña estación, donde parecían querer volver a  subir al primer tren y alejarse para para siempre.  La realidad les hacía volver después de haber andado poco más de un kilómetro.

Nos fijamos en  una pareja de mujeres que salían todos los días hacía las paradas del  autobús, buscando algún transporte que las libere del lugar tan solitario que  habían escogido para sus vacaciones.

El sacerdote de la capilla comía y cenaba dicharachero con diferentes clientes fieles a sus oficios religiosos. Les animaba y se entretenía el mismo de la anodina tarea de atender fieles que ya se sentían atendidos convenientemente.


 En los días siguientes, nos dábamos cuenta de un grupo de antiguas amigas aparecieron en el comedor, reservando siempre su sitio y silla muy formales, se les oía contar sus historias; algunas eran viudas,otras solteras,o separadas. Hubiera dado algo por oír contar sus amores y desengaños.Sólo me llegaban algunos retazos sueltos de unas vidas muy vividas. Aunque su principal charla era sobre temas del día, comentando si durmieron bien, si les dolía algo,
o lo que le pasó a una de ellas, que por la noche en la oscuridad, se cayó de cabeza a la bañera.¡Pobre!, tuvieron que llevarla en coche a la ciudad para que la viera el médico. Volvió  con un brazo y pierna vendados;  Estaba hasta risueña, porque fue protagonista total de todas las veladas.


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Había matrimonios jóvenes con hijos  pequeños, que se afanaban en darles de comer aunque fuera a coscorrones.  Me chocaba el  sistema y no me gustaba; el niño mediano se estaría volviendo neurasténico con  la ensalada de coscorrones cucharadas y besos que le propinaba su madre. El padre se ocupaba ensimismado en dar el eterno biberón a un recién  nacido, al que sus padres habían salvado de la ola de calor de la ciudad.

 No estuvimos solos todo el tiempo. Vinieron unos amigos a vernos. Con ellos salimos a caminar por la montaña.
En mi deseo de dar a conocer zonas nuevas a mi amiga, que era la que aparentemente le gustaba a andar, acabamos, en nuestra ruta, algo perdidas y con muchos kilómetros por delante.


 El camino se hizo eterno, las vacas en rebaño nos asustaban. Las negras nubes, también; pasamos sofoco y nervios, pero a base de andar siempre hacía abajo y de no parar, preguntando a los pocos excursionistas que nos encontrábamos, llegamos a nuestro destino. ¡Cinco horas sin dejar de caminar! Me temí que no podría volver a salir en varios días.







 Me pasé el tiempo  de la marcha,tratando de tararear canciones de montaña, contar anécdotas y charlar sin parar para que mi amiga no sintiera aprensión. Fue inútil en dos horas no paró de calcular el tiempo, mirar su reloj, darse ánimos y desear que fuéramos deprisa por si llovía.Cuando vimos de lejos el lugar de destino, se la pasó todo y empezó a hablar con normalidad.



 A pesar de la paliza, estaba contenta de la gran marcha y del reto superado.¡Menos mal!, creí que había perdido una amiga para siempre.




 Los últimos días en el hotel pasaron volando; al final la vecina de mesa en el comedor no quería que nos marchásemos. A partir de entonces, su parloteo tendría que dirigirse a otra familia, que pronto encontraría ¡seguro!
El sacerdote nos despidió deseando que acudiéramos a sus rezos en una próxima vez y el general nos contó infinidad de destinos asombrosos a los que tuvo que enfrentarse.
Han sido unas vacaciones frescas, relajadas y a pesar del solitario lugar, resultaron entretenidas.





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