Una jornada con mi nieto.
Ha sido muy agradable y trabajoso.
Se trata de un niño de dos años. En esta edad son verdaderos ángeles por su ternura y inocencia, a pesar de que no paran un momento y siempre están investigando y tratando de de asumir muchos retos: saltar, trepar, correr , esconderse, mojarse. Nada que sea tranquilo o reposado.
¡Agotan a cualquiera!
Por la mañana caminamos hacia el parque, después de haber tenido mi primera experiencia de "pardilla": le he dejado jugar con la goma del riego. Ha sido una locura, ¡le encanta ver el agua subir y bajar según sus rápidos movimientos! a veces, apuntando hacía mi directamente, con lo cual he quedado empapada.
Después de cambiarnos los dos, hemos emprendido el camino al parque.
Tas una lucha por soltar mi mano y por buscar y señalar cada hormiga del camino, hemos llegado al lugar de sus preferencias, un lugar con arena y toboganes.
No había apenas niños con lo cual no teníamos que pelear por el columpio.¡Bien!.
Al poco de llegar me di cuenta que no llevaba agua y el calor apretaba.
Había una fuente pero no tenía vaso. No hubiera sido problema beber en mis manos como hacíamos antes, pero el niño no conocía esa técnica y no colaboraba.
Pronto me dí cuenta que llevaba en el bolso una pequeña sartén de juguete. La lavé muy bien y sirvió para salir del paso.
Otra emocionante prueba ha sido cuando ha pedido con fuerza subir al tobogán grande.
no encontré escaleras para que subiera. el decía que si que había que la "abuela las buscara".
Me di cuenta que eran de cuerdas y nudos imposibles para él, de manera que después de varios intentos le tuve que sujetar y empujar para que pudiese trepar por unas escalas dignas de Rapunzel.
Una vez arriba me daba terror que se cayera o se hiciera daño, pero parecía que era experto en toboganes y bajó como una "pelota" dando agudos gritos poniendo el culo en tierra con maestría.
Ahora tocaba volver a casa pero nada parecía convencerlo ni los juegos mas divertidos, ni la comida más apetitosa; así que decidí cargar con él en los brazos diciéndole palabras divertidas. Aquello le convenció porque estaba cansado y le gusta mucho que le transporten.
Tuve que inventar personajes que saltaban entre los árboles y animales que se escondían.
Buscando buscando, llegamos a casa con el niño ya caminando.
Después de comer y dormir un rato ¡otra vez la goma de regar! De nuevo nos mojamos de arriba abajo, y jugamos a cambiarnos para evitar resfriados.
Hicimos castillos de arena, carreras con la pelota, con el gato, y al final agotadas mis fuerzas, recurrí a lo que los educadores no aconsejan nunca: Los dibujos animados. Parece que fueron un bálsamo momentáneo. Llegó la hora de la merienda y otra vez en acción.
Salimos de nuevo, buscamos hormigas, monos en los árboles, recogimos todas las piedras que encontrábamos y los palos más atrayentes. Jugamos al escondite, a tirar la pelota. ¿Quién resiste todo eso?: Una abuelita que adora a éste pequeño que tiene tantas ansias de descubrir y disfrutar del mundo.
Agotador y !EXTRAORDINARIO!