Nana, Pipo y yo, su abuela, y en ocasiones compañera de juegos, tomábamos el sol comiéndonos un rico helado acompañadas de nuestro gato Blanquito.
Pensé que si lo dejaba solo, el gato lo alcanzaría enseguida, de modo que lo cogí con mis manos; apenas podía volar; estaba herido, pero no sabíamos cuanto, Nana lo miraba con sus tiernos ojitos llenos de susto y pena. Blanquito no nos quitaba la vista de encima, estaba enfadado por nuestra intromisión en su caza.
Nos lo llevamos a casa y lo depositamos en una cajita. Nana se empeñaba en que comiera, pero era inútil en esos momentos. El pajarito estaba en shock.
Lo primero que debíamos hacer era curarle, para lo cual recurrimos a nuestro buen amigo Antonio, el veterinario de toda la vida.
En la clínica se quedaron asombrados-¿Que nos traeis? dijeron mirando la cajita de zapatos. Antonio después de revisar al asustado pajarillo dijo que parecía que las heridas no eran graves, pero sí que había perdido plumas de un ala, por lo tanto le tendríamos que cuidar mucho en casa. Nos dijo lo que le tendríamos que dar de comer, y nos fuimos a casa tan contentas, pero preocupadas por la responsabilidad de cuidar a tan vulnerable animalito.
Parecía que nadie había visto un pájaro en su vida, todos, nos asomábamos a la cajita para verle y consolarle. Nos miraba con ojillos tristes. Yo pensaba con pena, que estaría sufriendo y quizá hubiera sido mejor dejarle en las garras de blanquito donde su sufrimiento habría sido corto.
Por la mañana, muy prontito, Nana y Pipo vinieron vino a casa y me dijeron alegres: -vamos a ver al pajarito, abuela-. Todos subimos al desván donde le habíamos colocado y al acercarnos sigilosamente vimos que el pajarillo no estaba. Le buscamos por toda la habitación y después por toda la casa. Había desaparecido. Al volver a mirar en el desván, notamos una ráfaga de aire que entraba por una ventana que se había abierto durante la noche. Nos asomamos y vimos a nuestro pajarillo escondido en un saliente del tejado. Daba pequeños saltitos y nos preocupo la posibilidad de que cayera al suelo al no poder volar bien. Nana gritaba: -¡Ven pajarito! -¡ven!-Tuvimos que dejarle en el tejado no pudimos acercarnos a él, a pesar de nuestros esfuerzos. Al día siguiente volvimos a mirar y asombrosamente, allí seguía. Esperamos un poco y vimos otro pájaro que se acercaba con algo en el pico. -¡Era su madre, que le llevaba alimento y compañía!- Le seguimos viendo por la ventana durante varios días y una tarde que Nana y Pipo se asomaron primero, dijeron alegres: ¡abuela!, - ¡Mira!
El pajarillo salto del tejado y voló hacía las nubes, y dando una vuelta se acercó a la ventana como en señal de saludo agradecido.
Todos le despedimos con alegría.
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